LA M A D R E D E JESUS
NO H I Z O E L M I N I S T E RI O
DE DIOS
31Entre tanto,
llegaron sus hermanos y su madre y, quedándose afuera, enviaron a llamarlo.
32Entonces la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo:
—Tu madre y tus
hermanos están afuera y te buscan. 33Él les respondió diciendo:
—¿Quiénes son mi
madre y mis hermanos?
34Y mirando a los que
estaban sentados alrededor de él, dijo:
—Aquí están mi madre y mis hermanos,
35porque
todo aquel que hace la voluntad
de Dios, ese es mi hermano,
mi hermana y
mi
madre.
Lucas 10:1
1Después de
estas cosas, el Señor designó también a otros setenta, a quienes envió de dos
en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. 2Y
les dijo:
«La mies a la
verdad es mucha, pero los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies
que envíe obreros a su mies. 3Id; yo os envío como corderos en medio
de lobos. 4No llevéis bolsa ni alforja ni calzado; y a nadie
saludéis por el camino. 5En cualquier casa donde entréis,
primeramente decid: “Paz sea a esta casa”. 6Si hay allí algún hijo
de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros. 7Quedaos
en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den, porque el obrero es
digno de su salario. No os paséis de casa en casa. 8En cualquier
ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan delante 9y
sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: “Se ha acercado a vosotros
el reino de Dios”. 10Pero en cualquier ciudad donde entréis y no os
reciban, salid por sus calles y decid: 11“¡Aun el polvo de vuestra
ciudad, que se ha pegado a nuestros pies, lo sacudimos contra vosotros! Pero
sabed que el reino de Dios se ha acercado a vosotros”. 12Os digo que
en aquel día será más tolerable el castigo para Sodoma que para aquella ciudad.
Ayes sobre las
ciudades impenitentes
(Mt 11.20–24)
13»¡Ay de ti,
Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! que si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los
milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que, sentadas en ceniza y con
vestidos ásperos, se habrían arrepentido. 14Por tanto, en el juicio
será más tolerable el castigo para Tiro y Sidón que para vosotras. 15Y
tú, Capernaúm, que hasta los cielos eres levantada, hasta el Hades serás
abatida.
16»El que a
vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el
que me desecha a mí, desecha al que me envió».
Regreso de los setenta
17Regresaron los
setenta con gozo, diciendo:
—¡Señor, hasta
los demonios se nos sujetan en tu nombre!
18Les dijo:
—Yo veía a
Satanás caer del cielo como un rayo. 19Os doy potestad de pisotear serpientes
y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. 20Pero
no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que
vuestros nombres están escritos en los cielos.
Jesús se
regocija
(Mt 11.25–27; 13.16–17)
21En aquella
misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: «Yo te alabo, Padre, Señor
del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y
entendidos y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó.
22»Todas las
cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo, sino
el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera
revelar».
23Y volviéndose
a los discípulos, les dijo aparte:
—Bienaventurados
los ojos que ven lo que vosotros veis, 24pues os digo que muchos
profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oir lo
que oís, y no lo oyeron.
El buen samaritano
25Un intérprete
de la Ley se levantó y dijo, para probarlo:
—Maestro,
¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?
26Él le dijo:
—¿Qué está
escrito en la Ley? ¿Cómo lees?
27Aquel,
respondiendo, dijo:
—Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y
con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
28Le dijo:
—Bien has
respondido; haz esto y vivirás.
29Pero él,
queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús:
—¿Y quién es
mi prójimo?
30Respondiendo
Jesús, dijo:
—Un hombre que descendía de Jerusalén a Jericó cayó
en manos de ladrones, los cuales lo despojaron, lo hirieron y se fueron
dejándolo medio muerto. 31Aconteció que descendió un sacerdote por
aquel camino, y al verlo pasó de largo. 32Asimismo un levita,
llegando cerca de aquel lugar, al verlo pasó de largo. 33Pero un
samaritano que iba de camino, vino cerca de él y, al verlo, fue movido a
misericordia. 34Acercándose, vendó sus heridas echándoles aceite y
vino, lo puso en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él. 35Otro
día, al partir, sacó dos denarios, los dio al mesonero y le dijo: “Cuídamelo, y
todo lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando regrese”. 36¿Quién,
pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los
ladrones?
37Él dijo:
—El que usó de misericordia con él.
Entonces Jesús le dijo:
—Ve y haz tú lo mismo.
Jesús visita a Marta y a María
38Aconteció
que, yendo de camino, entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió
en su casa. 39Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual,
sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. 40Marta, en cambio,
se preocupaba con muchos quehaceres y, acercándose, dijo:
—Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje
servir sola? Dile, pues, que me ayude.
41Respondiendo
Jesús, le dijo:
—Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas
cosas. 42Pero solo una cosa es necesaria, y María ha escogido la
buena parte, la cual no le será quitada.
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